sábado, mayo 26, 2007

Ya quisiéramos ser unas bestias

Respondiendo a uno de los comentarios del apreciado Horacio, hago una denuncia (yo sé, qué palabra tan fea) alrededor cómo la gente se convierte en asesinos de motosierra (o cualquier otro medio).

Gandhi decía que el grado de civilización de una sociedad se mide por su trato a los animales y esta anécdota me mostró en qué grado de civilización estamos nosotros.

Ayer estuve en una reunión en la casa de una amiga y aparte de unos muy bonitos masmelos con forma de conejo y un perro grande (que responde, además de su propio nombre a un apodo maravilloso: brócoli) había una conversación dominada por dos hombres bien divertidos, que contaban sus aventuras con caballos, cómo se comunicaban y cómo se divertían con ellos. De los caballos pasaron a las vacas y de las vacas a los perros y de ahí a la relación entre los perros y las vacas.

En un momento mencionaron algo llamado 'clases de buceo' para los perros y todos, intrigados, pedimos que nos explicaran de qué se trataba la nueva técnica de pedagogía zoológica. Este personaje, cuyo rostro dibujaba una amable sonrisa mientras hablaba, nos contó que cuando las vacas parían, quedaban con la vagina, la ubre y las piernas adormecidas del dolor y algunos perros de la finca al ver el montón de sangre, aprovechaban el festín de subproductos del parto, a veces mordiendo al rumiante. Como represalia al ataque, este señor, con los ojos abiertos y entre ligeras carcajadas como las de quien cuenta una anécdota divertida, decía cómo le amarraba al perro agresor una piedra al cuello y lo botaba al río para que se ahogara y que una vez había tenido que usar muchas piedras para poner a bucear tres perros porque casi no se hundían.

La esposa de este hombre le dijo oportunamente "oye, eso no es chistoso", lo que no pareció tener efecto sobre él y se produjo un silencio en el grupo de más o menos unos treinta segundos en el que este hombre, que aparentemente esperaba una simpática carcajada de su auditorio, sonreía orgulloso de su técnica pedagógica.

Yo empecé a mover nerviosamente entre mis dedos el pincho de pescar aceitunas y papitas criollas de sus platos, mientras que un torrente de pensamientos y sentimientos encendidos me nublaba los sentidos. Pensé en clavarle el pincho de aceitunas en el pecho, en preguntarle "¿y dónde aprendió eso? ¿a usted lo educaron con 'clases de buceo'?", en disculparme con alguna excusa de orden gástrico y abandonar discretamente el lugar, pero me controlé.

No puedo responder violencia con violencia, de ningún tipo. Ni física, ni verbal, ni mental. Eso sólo genera más violencia y no quiero eso, pero igual, esa pequeña explosión interna, pero controlada de ira fue suficiente como para sacudirme.

¿Con personas que actúan de esa manera cómo no es obvio que después corten personas vivas con motosierras?

Yo entiendo que la vida del finquero es muy diferente a la del urbícola y que la vida y la muerte de los animales ocupa un nicho diferente al nuestro, pero la crueldad es la misma en cualquier entorno o escala.

Estoy completamente seguro de que a este 'instructor de buceo' si le preguntan acerca de las torturas o de la guerra dirá que está a favor de la paz y del buen trato desde y hacia todos los seres vivos, pero ya vemos lo que pasa al momento de la acción; no hay consecuencia entre palabra y pensamiento. La no-violencia no pasa de un discurso aprendido, como el de un loro recitando a Platón.

Ahora bien, ¿Qué diferencia hay entre la crueldad de esta persona y la de mi gato al cazar? O mejor: ¿Por qué lo que hace esta persona es cruel y lo que hace mi gato al cazar no?

La crueldad implica conciencia del sufrimiento del otro y una búsqueda de este para la satisfacción propia. No soy zootelépata, pero sí puedo al menos saber que mucha de la información que le dice a mi gato cómo cazar está inscrita en los genes (en el ROM, dicho por un geek). Nosotros, humanos, tenemos la capacidad de modular los impulsos de nuestros paleoencéfalo y mesoencéfalo con nuestro telencéfalo, a diferencia de lo que hace el gato. Podemos (y me parece que debemos) elegir el evitar el sufrimiento del otro.

Aunque ya es harina de otro costal y de volúmenes de disquisiciones filosóficas, el sufrimiento es parte de la vida, así como la muerte lo es, pero si preferimos no causarlos podemos tener una mayor calidad de convivencia con nuestro entorno, no sólo humano, sino todo el ecosistema (en todos los aspectos en los que se le pueda dar significado a esta palabra).

A riesgo de sonar como los de la dictadura del proletariado comunista (que se podrían llamar fácilmente criptofachos), me parece que personas así -de ese grado de inconsecuencia entre palabra y acción- no deben ser tratadas con represalias (eso es como dije arriba, contestar violencia con violencia), sino por medio de reeducación. No lavado de cerebro, sino conciencia sobre sus actos.

Todos nosotros actuamos así, sin pensarlo, sin ser conscientes.

Ya quisiéramos ser tan consecuentes como la vaca que masca y amamanta, el perro que corre y muerde y el gato que duerme y caza.

5 comentarios:

Irving dijo...

Totalmente de acuerdo Daniel, yo creo que no hubiera sido tan pacifico sentado junto a ese señor, que miedo. Pero recuerdo que en el colegio cuando había temporada de cucarrones, solíamos coger bolsas y recolectarlos, para después arrojarlos a las niñas, obviamente nuestra noción de daño al insecto era nula, pero la de molestar a las niñas era muy intencional. También recuerdo cómo en el conjunto donde vivía, unos muchachos del barrio cogían caracoles y los lanzaban contra las paredes y posterirmoente les echaban sal a lo que quedaba de ellos, y claro, la risa tambiém estaba. Y eso me recuerda una peli líndísima coreana, las estaciones de la vida, donde de manera conmovedora vemos cómo el inflingir dolor a otros, también es parte del proceso de vivir, en fin, varias cosas que igual, creo yo, no conectan con las horribles masacres de los paras. Según leí una practica comun era el desmembramiento de gente aún viva, para que no gritaran les metían un cuchillo por la garganta, cuidandose de no tocar la yugular, pues el objetivo no era matarlos, sino evitar que gritaran, mientras hacían lo otro, Y me doy cuenta que se me pone la carne de gallina de saber que estoy escribiendo esto. Los jefes los obligaban, de otra forma serían ellos los que recibirían ese trato, bajo esa circunstancias no sabe uno qué pensar.Tal vez haya que decirlo, así como el señor de los perros contó lo de su extraña y aberrante costumbre, ese silencio de 30 segundos y las palabras de su esposa fuerion suficientes para hacerle entender, haya que contarlo así duela, para recibir la sanción social. Pero lo triste es que ya los paras lo dijeron, y qué hacemos nosotros? permitir que no haya siquiera censura social, ni presión para evitar que salgan libresm que digan sólo loq ue les conviene, ni consciencia del mal. Ya me deprimí.

Unknown dijo...

http://ambiente-animal.blogspot.com/
pasate por el mio!
totalmente bde acuerdo con tu blog!

Mary dijo...

Muy interesante, me gustó mucho tu blog.

Unknown dijo...

Efectivamente violencia genera más violencia, pero en realidad si da ganas de corresponderle con la misma moneda par que sientan el sufrimiento que hacen padecer, pero como dices necesitan una muy pero muuuuuuuuy buena reeducación, en curso intensivo!!!

daniel prieto dijo...

Uno puede sentir ganas de hacer muchas cosas, pero hay que dejar que el telencéfalo de la última palabra...