jueves, agosto 24, 2006

El sonidista sordo

Que bueno que se oiga mucha música, que bueno que haya gente que quiera mostrar su música, que bueno que haya dónde oírla y mostrarla. Cada vez hay más sitios dedicados a que la gente pueda compartir sus sonares y oíres. Eso me parece simplemente bueno.

Aún así, en el creciente número de salas públicas en las que se oye música en Bogotá hay una también creciente condición que me parece contradictoria: Muchos de los que se encargan del sonido en estos lugares no se molestan en escuchar lo que hacen.

El papel de un sonidista es encargarse de que el sonido sea proyectado o amplificado de la manera más acorde con la clase de sonido que sea (discurso, música de uno o de otro tipo...), con la sala y con el equipo disponible y hacer que el contenido causal, semántico o puramente sonoro (véase abajo) llegue de la mejor manera posible al escucha.

Muchas veces para los asistentes a una sala en la que hay sonido amplificado, el sonidista es un ente anónimo, que cuando lo vemos está detrás de un montón de aparatos o encerrado en un cubículo atiborrado de objetos esotéricos e inaccesibles para muchos.

Lo grave empieza cuando no lo detectamos por los ojos, sino por los oídos.

La labor de un sonidista es una de esas labores que deberían ser invisibles, de las que es mejor no darse cuenta que existe. En la que si no se nota que este sonido está siendo deliberadamente alterado -está siendo amplificado, ecualizado, proyectado, etc.- se nota que el sonidista un buen profesional. Un artesano que no deja huella de la herramienta.

Uno de los retos comunes a estos trabajadores sonoros es enfrentarse al ya referido 'aparato esotérico' o las máquinas propias de la profesión, unas veces más complejas que otra, pero siempre máquina: inhumana y hasta cierto punto 'objetiva', es decir, que hace exactamente lo que se le dice en la mayoría de los casos, no toma decisiones con respecto al resultado final y no puede ir más allá de sus capacidades. Aprender a usar el aparatico ya es bastante, aprender a echar cable y parlante y a desenvolverse entre una mesa y/o pared de aparatos esotéricos es un oficio que requiere atención y paciencia. Pero no lo es todo.

Es muy diferente saber que lo que se tiene enfrente está sonando -oír, llanamente- a que lo que está se tiene enfrente está sonando y está funcionando como se espera.

Cuando el sonidista pierde su transparencia es porque la máquina (la herramienta) demuestra el poder sobre el que la usa y tarde o temprano hace aparecer -a la fuerza- al cuerpo sin voluntad del trabajador sonoro amarrado por metros de cables y kilos de aparatos esotéricos que lo mueven como marioneta.

De las pocas personas que conozco dedicadas a este oficio, algunas tienen entrenamiento específico en este campo, otras tienen entrenamiento musical o tecnológico musical, otras tienen formación producto de la tradición oral, y otras tienen formación completamente empírica. Sin dar adjetivos a cada uno de estos caminos, he llegado a la perogrullosa conclusión de que esas formaciones diferentes pueden colorear, permear, la manera en la que se ejerce el oficio.

Un caso

No hace mucho fui a un concierto con dos amigos también músicos. No íbamos en el plan de oír pepas, como lo hace uno en tercer semestre o cuando eso es lo único que le interesa, sino de oir música en el Jorge Eliécier. El sonido del concierto fue aterrador, tanto como para hacer que el mayor y más experimentado de nosotros se tapara los oídos en cierto punto... Pensé algo, se oían las pepas, pero no la música, todo estaba claro y fuerte, pero no se entendía nada. Se me ocurrió que el sonidista debía haber sido entrenado como músico (hasta cierto punto).

En la profesión de músico, en la que uno aprende solfeo y armonía y contrapunto y algunas cosas más se tiende a privilegiar una escucha reducida que da prelación a las notas y al ritmo, más que al sonido como un todo. Se me ocurre que esto puede ser algo realmente problemático para un sonidista, porque se interesa más en las pepas que en el sonido mismo. Gravísimo.

Pierre Schaeffer define tres tipos de escuchas: causal o figurativa, que busca información con respecto a el cuerpo sonoro que emitiría el sonido y sus estados; semántica o codal, que busca información codificada en el o los eventos sonoros y por último la escucha reducida. Esta escucha reducida no atraviesa al sonido en pos de un significado más allá de este como la hacen las otras dos, sino que selecciona uno o varios parámetros del sonido para analizarlos, filtrando otros. Hasta cierto punto puede llamarse -discutiblemente- una sordera selectiva, de igual manera que una escucha selectiva. Sirve para el análisis y para el entrenamiento auditivo que le enseñan a uno de músico, pero como única escucha para hacer sonido en vivo.

Otro caso

En este caso no sólo se interpone el sentido del oído de quien proyecta el sonido, sino una buena intención mal dirigida.

A fines del 2005 se presentó en la Iglesia-Museo Santa Clara un montaje de danza contemporánea que incluia música hecha por J. B. Lully, mi persona y una mezcla de ambos. Ofrecí encargarme de la proyección sonora de la parte electrónica, pero ya habían contratado a una gran compañía de sonidistas para encargarse de esto, con el objetivo de hacer lo mejor posible para ese espectáculo.

Cuando llegué el día del estreno me encontré con un personaje muy amable con mucho gusto por lo que hacía encargado del sonido. Eso es realmente bueno. Cuando me contó cómo había hecho para preparar el sonido quedé atónito.... me mostró un rack lleno de aparatos esotéricos avanzadísimos que lo hacían buena parte del trabajo por él, de manera, que él podía delegar su labor.

El sonido llenó el lugar, pero lo ocultó. Todo estuvo ajustado de tal manera que se compensaran las características propias del lugar, así que mi conocimiento del lugar y mis reverberaciones delagadas al espacio no sirvieron de nada... no sonó mi música. Tanto me dolió que cometí una bobada, no cobré por ese trabajo.

(nunca vuelvo a sucumbir tan bobamente a mi orgullo, jamás, jamás, jamás...)

Coda

El elemento que no vemos y del que sólo podemos tocar la parte externa es el oído. Ese es tan fregado de entrenar como una voz, que es un instrumento que no se ve ni se puede tocar como una fagot, un computador o un tambor, sino que se tiene que sentir por dentro y extender las capacidades perceptivo-fisiológicas para entenderlo en su totalidad.

Enseñar a oír no es fácil y definitivamente requiere algo de actitud epicúrea hacia la vida.

Hay que confiar más en los sentidos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

demasiado bueno.....aprendi mucho

Unknown dijo...

Te agradeco los conceptos. Cada vez que entro en este blog aprendo algo nuevo. Eres didactico y gentil con tus conocimientos.
Gracias.