viernes, agosto 10, 2012

Su lucha o el Reich autoinfligido

Uno de ellos tenía un collar de tatuajes, con un texto en runas en la parte de adelante, dos signos sánscritos de 'om', y cuatro esvásticas en la nuca. No estaba rapado, pero llevaba un corte similar al militar, pero con un poco de pelo a los lados, tallado con un patrón de telaraña. Sus pantalones cortos de patrón camuflado gris –como para ocultarse en las batallas por su curiosamente ario Reich sabanero– y sus botas de trabajo pesado, con pretensión militar, se complementaban con una abultada y brillante chaqueta negra. Lo acompañaba un señor vestido con saco y camisa, con un collar de coral que llevaba un dije con una cruz inscrita en un círculo. Estaban parados lado a lado en el centro del vagón de la estación, con actitud altanera, como desafiando a todos.

Después de mirarlos tranquilamente, en lugar de sentir rabia y descargársela en miradas desafiantes durante los pocos segundos en los que compartiríamos la estación, arriesgándome a convertirme en betún para sus botas, sentí una combinación de desesperación y lástima, con la pregunta cliché de fondo resonando en mi tripa curiosa: ¿Cómo carajos aparece alguien así en este momento de la historia y en este lugar del mundo?

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